Yemas, guitarras y J
Por Eduardo Rosser Vasserot
El viernes pasado J me dio permiso para contar como nos conocimos el pasado julio. Tras confesarle mis artimañas en nuestro primer “contacto”, nos reímos un rato y tuve su bendición para sacar a la luz nuestros inicios.
Julio 2012: La delegada de formación de una consultora y yo visitamos una empresa para tratar de cerrar un curso con J, el director de RRHH de la compañía. Aunque mi presencia indicaba que el cliente había mostrado interés por algún tema que yo imparto, los primeros 20 minutos fueron bastante desoladores. J mostraba una actitud fría y distante que revelaba sin vergüenza alguna poco interés hacia el tema o hacía mi (o a ambos seguramente). En ese momento, comenté “casualmente” algo que me ocurría cuando tocaba la guitarra con mis amigos. Una torpe metáfora sobre el aprendizaje y el trabajo en grupo, algo aparentemente insustancial. De repente, todo cambió. La actitud de J se transfiguró, estuvimos unos minutos hablando de música, de comenzar a tocar la guitarra, de pedales de distorsión y de la crisis de los 40. Y a partir de ese momento todo fue rodado. Minutos más tarde cerrábamos una barroca y ambiciosa acción formativa orientada al cambio de actitudes de mandos intermedios, a comenzar en septiembre.
Al salir de la visita, ya en el coche, mi compañera soltó: “Qué casualidad con lo de la guitarra!! Como ha cambiado todo cuando han aparecido vuestros grupos de música raritos. Creía que no sacábamos nada. Vaya suerte!!” Yo miraba hacia la calle distraídamente pero supongo que mi tonta expresión orgullosa y satisfecha sugería algo que mi cómplice captó. “Por qué ha sido casualidad, ¿no?”
“¿Casualidad? Bueno, un poco si. J no nos daba bola y era obvio que no había logrado conectar con él. Entonces me fijé en cómo se acariciaba constante y distraídamente los dedos. En su mano izquierda, el pulgar frotaba mecánicamente tanto la yema del índice como la del anular. Reparé en las pequeñas durezas y bambollitas de las yemas y no tuve dudas. Éste es de los míos!!!… pensé. Mira mi mano, ¿ves las mismas señales de guerra? Claro que podría equivocarme, supongo que hay otras formas de provocarte esas heridas. Pero entonces me percaté de otros detalles en J que habían pasado inadvertidos pero que ahora completaban el puzzle. Un pelo ligeramente más largo de lo “normal” y esas gafas de pasta (¿Dios, como no me he dado cuenta antes?) Y entonces lancé la bomba de neutrones (como diría Marc Spitz). Al fin y al cabo si me equivocaba tampoco pasaría nada.”
”De verdad Edu, suena tan fácil. ¿Y no te alucina que algo tan tonto lo cambie todo?”
Pues sí. Todavía me alucina. Sé que es el ABC de la comunicación: establecer conexiones. Pero sigue dejándome perplejo como las personas cambiamos tanto cuando establecemos conexiones. Por eso gran parte del proceso es la búsqueda de “la tecla”. Y cuando encuentras alguna ranura, alguna grieta para comenzar una nueva relación, a menudo me confunde lo absurdo del asunto.
Mi socia añadía en su coche “¿Pero no me negarás que sus grupos favoritos sean también santo de tu devoción no es pura casualidad.” “Te confesaré, querida amiga, que jamás me pillarás escuchando una sola canción de Muse, de los Killers o de los Cure. Aunque están en mi radio de acción, nunca he conectado con ninguno de los tres grupos. Pero eso no significa que no pueda adularlos falsamente durante unos minutos. Pero ni una palabra a J, ¿eh?”
PD: Gracias a J por su compresión. Además creo que le encantará la abreviatura de su nombre de pila.
EDUARDO ROSSER VASSEROT Sociólogo, postgrado en RRHH, y orientador laboral. Consultor, formador en Rosser Management https://eduardorosser.wordpress.com/about/ http://es.linkedin.com/pub/eduardo-rosser/3b/353/211